sábado, 22 de diciembre de 2007

La relación entre cliente y arquitecto

La primera condición para que un encargo de arquitectura se transforme primero en un buen proyecto y después en una obra digna es que un buen cliente colabore con un buen arquitecto. Que exista un grado mutuo de respeto y confianza que haga posible la dignidad del resultado final. La ausencia de esta aparente evidencia es una de las causas de la falta de calidad del entorno arquitectónico. Porque un buen arquitecto no es aquél que tiene el correspondiente título sino el que ejerce realmente como tal, por capacidad y por dedicación.

En primer lugar, el cliente debe expresar el mayor número posible de peticiones (aunque parezcan contradictorias) a través de un Programa, de un listado de necesidades, deseos y sueños. El arquitecto tiene como misión hacerlos realidad. La elaboración de este Programa inicial es la segunda condición relativa a la calidad del Proyecto. En el Programa deben tener cabida desde las más inmediatas necesidades físicas (presupuesto, dimensiones, número de dependencias) hasta las más emocionales y relacionadas con la forma de vida del cliente (actual o deseada). Un Programa demasiado esquemático y poco definido tendrá que ser forzosamente completado e "inventado" por el arquitecto, con lo que se llegará probablemente a un resultado ajeno al futuro usuario.

El arquitecto debe saber escuchar, separar lo esencial de lo accesorio. Debe ordenar jerárquicamente el Programa. Y preguntar, preguntar mucho. La primera fase de Proyecto debe ser más escrita que dibujada. Debe pertenecer al mundo de las ideas más que al de los planos. Los primeros croquis influyen enormemente en el resultado final; conviene que aparezcan cuando las ideas estén claras y cuando el emplazamiento de la obra haya expresado también sus propios deseos.

En cuanto al desarrollo del Proyecto, el cliente ya no debe preocuparse. En todo caso, tan sólo controlar que su Programa ha sido captado y asimilado. Un buen profesional no antepondrá su filosofía personal al Programa inicial. Podrá rechazarlo y no aceptar el Encargo pero nunca perder de vista cuál es la finalidad de su trabajo: Dar cobijo a las necesidades físicas y emocionales del cliente,... y hacerlo con los criterios arquitectónicos más válidos. Lo coherente sería, por tanto, que el cliente acudiera al arquitecto conociendo su trabajo profesional.

A partir de la elección del arquitecto por parte del cliente aparece una condición necesaria para garantizar la calidad del Proyecto final: la Confianza del cliente en el profesional que ha elegido.

El cliente ha de confiar que el arquitecto sintetizará todas sus necesidades y deseos, y les dará forma de manera que, al mismo tiempo, formen parte válida del patrimonio cultural del propio cliente y del entorno. En los momentos de duda, cuando ante la visión de los planos, desconfíe del resultado, tiene que permanecer fiel a dicha confianza, ya que un buen profesional imaginará espacios y formas que un profano difícilmente podrá juzgar a través de dibujos. ¡Y qué lástima si el cliente rechazara un buen Proyecto por no poder, aunque sea involuntariamente, imaginar la realidad del resultado final!

Mientras el Programa inicial siga respetándose, la Confianza debe permanecer incólume. Si ésta falla, el arquitecto se sentirá desamparado del apoyo de la persona cuya satisfacción es la meta final de su Proyecto. Esto, que es evidente en la relación con otros profesionales (abogados, médicos), falla frecuentemente en la arquitectura ocasionado por la desidia con la que, algunos profesionales, han hecho su trabajo.

Si todo esto se cumple, el resto es fácil: Dedicación y humildad por ambas partes, para poderse soportar mutuamente en la tarea de colaboración conjunta que exige una buena obra.

Lo de "construir sueños" es una metáfora pues, cuando se materializan, dejan de ser sueños. Pero me siento capaz de impulsar en mis clientes que me comuniquen los deseos que les gustaría encontrar en su nueva casa. Pero deseos importantes, no que la casa tenga tres baños o que en el garaje quepan dos coches, eso forma parte del programa funcional y deben respetarse igual que debe respetarse el presupuesto previsto. Pero eso no son sueños. Los sueños son esos deseos relacionados con las ilusiones que te gustaría encontrar en tu casa y que muchos ni siquiera imaginan que se pueden pedir y menos realizar.

Cierto es que cuesta conseguir esa intimidad casi de psicólogo para que te confíen sus sueños. Por eso advierto que si no piden nada, nada tendrán. O tendrán lo que a mí me parezca que les conviene. Pero eso no es lo ideal.

Para ponerles ejemplos exagerados, les explico que el proyecto de una casa pueden ser tres casas (padre, madre, hijos) si así lo desearan. O un casa-escaparate para todos les vean. O una casa-gruta para que no les vea nadie.

Yo no debo decidir ni inventarme su forma de vivir y ellos no deben vivir en mis sueños.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Completamente de acuerdo con el planteamiento, el cliente tiene sus sueños y necesidades, el arquitecto va a triunfar si es capaz de expresar estos en un papel, poniendo además su parte de creatividad y dar soluciones técnicas e imaginativas. Es en este sentido el intérprete y el realizador de un proyecto. Pero me he dado cuenta que en tu entrada, hablas de arquitecto bueno y cliente bueno, supongo que además de arquitectos malos, habrán también clientes malos.

Juanjo Albors dijo...

¿Si los hay, F-menorca?, creo que tantos como arquitectos malos.
Son los que no te explican nada de lo que quieren, sólo piden tres habitaciones y dos baños. La principal tipo suite, claro. La cocina, grande. La sala, grande. ¿Cómo han de vivir los hijos en las habitaciones? "pues, normal, ¿no?". ¿Viven eróticamente el baño, comparten ducha o bañera?: te miran como si fueras un depravado. ¿Desean los inodoros separados en una dependencia aparte?: se miran entre sí, extrañados de la pregunta. ¿Cocinan los dos? ¿les gusta cocinar?: La mujer (o el marido) contesta "mejor no toquemos ese tema". ¿Quieren privacidad respecto a la calle?: "Regular". ¿Privacidad respecto los vecinos?: "No sé, ¿tú que dices, querida?". ¿Qué precio tienen pensado?: Los dos al unísono: "152.735,70 euros".

En mis años mozos, movido por el ideal de conocer al máximo las necesidades de mis clientes, elaboré una especie de test para ayudarles a plantearse cosas, pues podrían llegar a tener lo que ni siquiera se les ocurría que podían tener. Lo dejé correr pues ví que improvisaban y que una respuesta inventada, contestada por educación, era una mala respuesta. Les invitaba a llevárselo y devolverlo cuando lo hubieran pensado y comentado entre ellos. Resultado: nada.

El que sabe lo que quiere lo dice de motu propio. El que no lo sabe, quizás no lo ha sabido ni lo sabrá nunca.

:::AtariFlakes::: dijo...

Eso es muy interesante, muchas veces la gente piensa en un arquitecto y se imagina a un "contratista", como estudiante me doi cuenta de lo complicado que es darle a una casa un punto de indentificacion para el cliente ademas de las potencialidades para cualquiera que sean sus actividades. Que bien post.

Juanjo Albors dijo...

Creo que lo importante es que el arquitecto, al realizar un proyecto, intente ponerse en la piel del cliente y escuche como le gustaría que le escucharan si se intercambiaran los papeles. Pero siempre haciendo de arquitecto, que en realidad es lo que sabemos hacer.
Pero también es importante que el cliente interprete su papel de cliente y no pretenda hacer de arquitecto.
Tan fácil ... tan difícil.