sábado, 22 de diciembre de 2007

No me culpes ...

Si no tienes la casa de tus sueños ... no es mi culpa.
Si vives en un entorno que no deseas y que no has elegido ... no es mi culpa.
Si los espacios de tu casa no están hechos a tu medida ni a la de tu familia ... no es mi culpa.
Si la elección de los espacios que habitas es una mera cuestión de mercado ... no es mi culpa.
Si sacrificas tu estilo de vida por temor a la actuación de los mercaderes ... no es mi culpa.

Porque puedo darte, con tu ayuda, la creación de un sueño que no creías poder hacer realidad.
Porque puedo hacer, con tu ayuda, que vivas como a ti y a tu familia os gustaría.
Porque puedo hacer, con tu ayuda, que todo eso se ajuste a tus posibilidades y a tu presupuesto.

… Y, sobre todo, puedo conseguir, siempre con tu ayuda, que muchos años después siga siendo realidad lo prometido.


Para hacerme entender en la importancia de la transmisión de deseos pongo la comparación con el encargo de un barco a medida:

¿Para qué lo quieren?¿para dar la vuelta al mundo? ¿para dar la vuelta al puerto? ¿para ir a pescar? ¿para ir a presumir? ¿para salir solo? ¿para salir en pareja? ¿para salir en manada? ¿para llegar lo antes posible? ¿para disfrutar del viento en las velas? ¿para navegar por el Atlántico o para surcar el Mediterraneo?

Estas diferenciaciones, que evidentemente deben condicionar el diseño de un barco, no encuentran correspondencia con el diseño de una casa, como si sólo se pudiera vivir de una sola manera.

Contaré una anécdota referente a las peticiones de los clientes cuyo silencio puede provocar ese "No me culpes" y que, comunicadas, deben ser tratadas con el máximo respeto: Yo soy muy poco partidario de las casas nuevas hechas de piedra pues creo que, en su mayoría, responden a una voluntad de búsqueda de lo falsamente "auténtico", como si la crítica al estrés urbano provocara la posesión de la apariencia idílica de los pueblos, pero tomando tan sólo eso, la apariencia, y no la imagen ni el espíritu. Pues bien un día apareció por mi despacho un señor explicándome que su mayor deseo era una casa de piedra. El resto casi no le importaba. Y ello porque le recordaba los tiempos felices que pasó con su abuelo y otras historias. Le contesté que por qué no compraba una casa antigua, de piedra, auténtica. Pero en esta zona en que vivimos las casa antiguas de piedra tienen precios exorbitantes y no se pueden habitar si no se añade otro tanto al precio de compra. Si ya están reformadas, peor, pues el resultado es propio de una película de terror, pues consiguen armonizar el mal gusto, las falsedades históricas, las imitaciones de cartón piedra y la decoración de castillo feudal. Eso sí, fijándose uno bien, se vislumbran restos de piedras antiguas y vigas de madera. Me puse en ello y el resultado mereció la impagable sensación de felicidad que lo embargó cuando tuvo la casa acabada. Aunque inicialmente pueda parecer absurdo, el cumplir con un deseo auténtico y sincero de un cliente merece siempre ser tenido en cuenta.

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