jueves, 27 de diciembre de 2007

Cuadernos de viaje (Ucrania)

En el año 2000, inaugurando el milenio, un cliente alemán decidió ampliar sus horizontes (económicos, no culturales, por aquí mis clientes no tienen esos vicios) y se encaminó a la Europa del Este. Estableció contactos en Ucrania, ex república de la extinta Unión Soviética y se llevó a su "artista invitado" (de nuevo, un servidor)

El primer proyecto fue montar un hotel en Kirovograd de 300.000 almas y situada entre Odesa (Mar Negro) y Kiev (capital). El hotel tendría nombre ucranio pero en la planta baja se montaría una pizzería cuyo nombre sería ¡Catalunya! (sin exclamación en el original). Yo no tuve nada que ver con esta elección ni con esas ínfulas nacionalistas (?) entre un alemán y un ucranio.

El socio del lugar, cuyo nombre silencio por seguridad (la mía), era un político afamado y, a diferencia de Zimbabwe en que nos acompañaban elefantes, allí íbamos permanentemente acompañados por una cohorte de guardaespaldas armados visiblemente. He de reconocer que añoraba la mirada inteligente de los animales del viaje anterior. Todo esto es real, no fruto de mi fantasía (no tengo tanta).

Recogidos todos los datos del lugar me fui de nuevo a casa, realicé el proyecto y procedimos a su ejecución. Debo aclarar que se trataba tan sólo del equipamiento y la decoración pues el edificio era un mamotreto oficial y llevaban construyéndolo (rehabilitándolo pues era antiguo) desde hacía tres años (lo hacen todo muy bien pero son muy lentos y para hacer un taladro necesitan dos o tres personas, casi todos ingenieros: residuos de su anterior vida política en la que todos eran funcionarios).
Como en esa ciudad no podía comprarse ni una bombilla (como después explico) se envió todo desde Barcelona para su montaje.

Un paréntesis histórico que explica lo anterior: En la época en que Ucrania pertenecía a la URSS se la consideraba "el granero de Rusia" pues sólo desarrollaba la agricultura. Al independizarse, la ausencia de toda tecnología era palpable ya que no existía industria de ningún tipo. La excepción fue la central nuclear de Chernobyl, en el norte del país, de infausto recuerdo.

Empaquetado todo en Barcelona para su montaje, nos desplazamos de nuevo al lugar con la suerte añadida de que aquello sucedió en febrero. Kirovograd tiene la misma latitud que París pero, en invierno, el viento dominante viene de Siberia y, en los quince días que estuvimos, la temperatura media exterior rondaba los -40º. ¡Fué toda una experiencia! (dura, por cierto) Yo creía que esta temperatura se notaría mucho en la piel en contacto con el exterior. Pues no. Notas que hace frío pero no adivinas cuánto. La diferencia es que, bien abrigado, a 0ª te hielas al cabo de una hora y a -40º te hielas a los cinco minutos. He de reconocer que entrar cada día en el hotel en que dormíamos suponía un gran alivio pues su interior estaba a 0º (bueno quizás exagero un poco, quizás estaba a 10º, que para un interior de hotel, el mejor de la ciudad, no estaba nada mal, bien mirado). Creo que el último turista que les había visitado fué Miguel Strogoff.

Aunque no nevó esos días, calles y aceras estaban absolutamente heladas. El hotel donde intentábamos dormir y el futuro hotel donde trabajábamos estaban separados unos 100 m ¡Pero qué largos se nos hacían! Hay que imagínar el efecto que hacía ver 3 ó 4 señores hechos y derechos (bueno, esto último no tanto) andando, patinando más bien, como patos mareados, poniendo los cinco sentidos y mirando fijamente dónde poníamos los pies como si en ello nos fuera la vida (que nos iba). ¡Vaya estampa! Tuvimos que ocultar, por dignidad nacional, todo lo que podía identificarnos con nuestro país de origen. Mientras, a nuestro lado, nos adelantaban especímenes femeninos con piernas larguísimas, faldas cortísimas y tacones de aguja (!) andando a velocidad de vértigo. Nos sentíamos muy poca cosa, la verdad. ¿Para eso tantos años toreando?. Y ¡qué diferente de las estepas africanas!.

En el interior del futuro hotel la temperatura era muy agradable pues ya funcionaban las instalaciones y el aire acondicionado era de última generación (había mucho dinero). ¡Cómo añorábamos este habitat cuando acabábamos en el mesón en que dormíamos (o lo intentábamos)!. Cada día, al volver por la tarde (como los siete enanitos), llenaba la bañera de agua muy caliente y me sumergía en ella para que pasaran a mi cuerpo algunos de los grados que le sobraban al agua. No siempre lo conseguía. Y además no había ninguna Blancanieves que me arropara. Dormía (?) como una cebolla envuelto en varias y diversas capas de tejidos pretendidamente aislantes en condiciones climatológicas normales pero que allí ... Un día, con su noche correspondiente, se estropeó el sistema de agua caliente del hotel y de sus grifos ya no manaban aquellos grados objeto de intercambio. Pero esa noche no puedo describírla pues recordarla me hace mucho daño y mi psiquiatra me ha prohibido que la rememore. Quizás al lado de una mujer hermosa, y con mucho mimo por su parte, pueda hacerlo.

Cuando por fin llegaron todos los enseres, muebles, lámparas, lencería y demás, de Barcelona observamos que los naturales del lugar se abalanzaban como posesos sobre los envoltorios de plástico y porexpán. Era natural, era más preciado y necesario para su supervivencia y la de su familia todos aquellos plásticos de bolitas de aire que los otros bienes totalmente superfluos para ellos en aquel clima. En recorridos por la ciudad comprobamos que habían abundantes zonas con barracas de chapas metálicas recubiertas con cartones y comprendimos el efecto del porexpán. Un apunte: El índice medio de formación era muy alto. Casi todos los que trabajaban en el hotel tenían el título de ingeniero técnico de grado medio pues la enseñanza era gratuita hasta el último grado de formación. A cambio las condiciones económicas eran muy duras. El encargado general que controlaba 20 ó 30 trabajadores ganaba unos 100 € al mes.

Haciendo honor al nombre del restaurante me traje un pintor del Empordà, especializado en frescos, que llenó de paisajes de mar y barcas las paredes del local. El efecto, a largo plazo, de aquellas visiones mediterráneas en las retinas esteparias no he podido comprobarlo.

Una vez todo montado vimos que quedaba muy bonito y muy fino, aunque un poco oscuro ya que no pudimos encender una sola lámpara. Pensábamos que podíamos comprar las bombillas allí y al ser todo muy moderno las bombillas no eran normales sino halógenas, de bajo consumo, fluorescentes ... Tuvieron que enviarnos un camión desde Italia (que estaba más cerca) con todos los complementos necesarios.

Fuimos muy felicitados y colorín, colorado ...

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