domingo, 28 de diciembre de 2008

Poemas de Joan Brossa


“La poesía visual no es dibujo, ni pintura, es un servicio a la comunicación”
“Si no pudiera escribir, en los momentos de euforia sería guerrillero, en los de pasividad prestidigitador. Ser poeta incluye las dos cosas”
“La poesía es un juego donde, bajo una aparente realidad, aparece otra insospechada”
“Los géneros artísticos son medios diferentes para expresar una realidad idéntica. Los lados de una misma pirámide coinciden en el punto más alto”

Joan Brossa (1919-19989)
Fotografías: Fundació Joan Brossa

domingo, 21 de diciembre de 2008

Chillida o el espacio


“Un día soñé una utopía: encontrar un espacio donde pudieran descansar mis esculturas y que la gente caminara entre ellas como por un bosque”

Se ha cumplido el 30 aniversario del Peine del Viento, grupo de esculturas realizadas y colocadas en la costa de Donosti, por Eduardo Chillida, el escultor del espacio. Sus esculturas no son únicamente formas y materiales. Son, para mí, creaciones de espacio en su interior o, como en el caso de este Peine del Viento, transformación del espacio entre ellas y el entorno.

"Desde el espacio con su hermano el tiempo, bajo la gravedad insistente, con una luz para ver como no veo, entre el ya no y el todavía no fui colocado. El asombro ante lo que desconozco fue mi maestro. Escuchando su inmensidad. He tratado de mirar, no sé si he visto."

El Peine del Viento (Donosti) con el propio Chillida, en la plaza proyectada por Luis Peña Ganchegui
***
"Hace años tuve una intuición, que sinceramente creí utópica.
Dentro de una montaña crear un espacio interior que pudiera ofrecerse a los hombres de todas las razas y colores, una gran escultura para la tolerancia.
Un día surgió la posibilidad de realizar la escultura en Tindaya, en Fuerteventura, la montaña donde la utopía podía ser realidad.
La escultura ayudaba a proteger la montaña sagrada.
El gran espacio creado dentro de ella no sería visible desde fuera, pero los hombres que penetraran en su corazón verían la luz del sol,
de la luna, dentro de una montaña volcada al mar y al horizonte, inalcanzable, necesario, inexistente ..."

Proyecto Tindaya (Fuerteventura)
Ese cubo vaciado mide 50x50x50 m.
Las figuras que se adivinan en la foto dan la proporción real.

El mejor resumen del concepto de su obra está en unas palabras
del poeta Jorge Guillén:

“Lo profundo es el aire”

Matar un adjetivo

Stefan Zweig, que se consideró siempre un ciudadano del mundo, recuerda en sus memorias, "El mundo de ayer", que cuando era joven, a principios del siglo XX, no había un documento que acreditase nacionalidades ni lugares de procedencia; que comerciantes, estudiantes, intelectuales y viajeros iban de Berlín a Londres, de Viena a París, a India o a Estados Unidos sin necesidad de visados. Eran años seguros y felices en los que la clase acomodada viajaba sin trabas.

Los pasaportes son un invento moderno. Pero la idea de pertenecer a una comunidad, a un pueblo, a una nación es antigua, es de siempre. El ciudadano recibe tal nombre porque pertenece a una comunidad. La comunidad le ofrece una lengua, una cultura y una seguridad. El ciudadano crece en esta lengua, actúa y piensa según esta cultura. Defiende su orden y seguridad. Pero las comunidades no son un sistema cerrado. Aceptan nuevos miembros, se nutren de otras literaturas y músicas, se intercambian avances científicos, sienten curiosidad por otras formas de vivir y relacionarse. Aprecian los nuevos sabores, las diversas construcciones y arquitecturas, la variedad de escenarios y recursos que ofrece la naturaleza y las distintas formas de dominarla y aprovecharla. Todo ello es común y habitual? hasta que deja de serlo.

Shylock, el mercader de Venecia de la tragedia de Shakespeare, se convierte en "el judío" cuando su relación con "los nativos" se tuerce. Y cuando esto ocurre se pone en duda no sólo la posibilidad de que el extranjero tenga los mismos derechos, sino que tenga los mismos sentimientos, constitución física y capacidad intelectual. Se le niega su humanidad. Y el lamento rabioso de Shylock grita así: "¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no está nutrido por los mismos alimentos, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?".

La comunidad, el pueblo, la patria son conceptos por los que hay que pasar de puntillas, despacito y con cuidado. Cuando uno habla de su pueblo, su gente, detrás de este posesivo puede haber acumulada suficiente munición física y emocional como para querer negar la humanidad de quien no pertenece al mismo grupo. Las razones por las que la curiosidad por el otro se truncan y se convierten en un rabioso rechazo pueden ser diversas, pero los síntomas son claros: si nuestra forma de vestir no solamente nos gusta, sino que es la mejor; si nuestra lengua no sólo nos hace vibrar por la emoción del recuerdo de los primeros cuentos, sino que es la más antigua o la más rica y armoniosa; si no se sabe que se quiere lo propio precisamente por serlo, y pensamos que nuestro cariño por lo nuestro se debe a razones objetivas... el conflicto está servido.

Stefan Zweig observa también con un pánico que le llevará al suicidio cómo, con la subida del nazismo, ya no se le reconoce por su forma de andar y de escribir, por sus gustos musicales y sus amistades, por sus caprichos y habilidades, por su vestir pulcro y maneras educadas. Su compleja personalidad queda reducida a un solo adjetivo: judío. Y una vez reducido a tan poco es fácil prescindir de él. ¿Quién no se atreve a matar a un adjetivo y a todos a los que califica?

Este emotivo artículo es obra de Mariona Costa Orfila y apareció publicado en el diario La Vanguardia de Barcelona el 10 de diciembre de 2001.

En homenaje a Stefan Zweig de cuyo nacimiento celebramos su ciento veintisiete aniversario.


sábado, 20 de diciembre de 2008

Andrea Palladio: In memoriam

“La città non sia altro che una casa grande e per
lo contrario la casa, una città piccola
.
Andrea Palladio (Padova 1508 - Vicenza 1580)
. Libro II, capítulo 12
Venezia, 1570

Andrea di Pietro della Góndola, Andrea Palladio, arquitecto italiano del que se ha cumplido el 500 aniversario de su nacimiento en Padova, ha sido uno de los más grandes arquitectos de la historia y, sin lugar a dudas, el que más ha influido, en la arquitectura occidental.

Y rindo, por mi parte, este homenaje a la figura de Andrea Palladio por dos motivos que me afectan profesionalmente:
Es el primer arquitecto en la historia de la Arquitectura cuyos proyectos de villas venecianas y vicentinas son un precedente de los actuales proyectos de viviendas residenciales. Hasta su aparición, la arquitectura, entendida como tal, estaba reservada a los poderes políticos y religiosos.

También fue el primer arquitecto que supo conjugar la cultura de las formas con la consideración de los programas a cobijar. Por un lado poseía un gran conocimiento del mundo clásico y por otro consiguió resolver las necesidades que un programa de vivienda exigía y que, hasta entonces no habían sido consideradas. Ésta es la base de la tradición viva que no se queda en la mera repetición de formas brillantes sino que aporta soluciones a consideraciones técnicas o sociales.

Su influencia en la arquitectura europea, inglesa particularmente, y en la arquitectura americana es inmensa. Los edificios neoclásicos de la arquitectura federal de Estados Unidos tienen una clara influencia palladiana. Ello se debe a que Palladio creó la sabia conjunción, en cada edificio, de las formas arquitectónicas y de la expresión de la civilización conquistada y todo ello en un armonioso equilibrio.
Villa Capra (1566)

Podéis entrar y, al mismo tiempo, veréis crecer un edificio palladiano, en la web creada por el
Comitato Nazionale per il V Centenario della nascita di Andrea Palladio
http://www.andreapalladio500.it/

viernes, 19 de diciembre de 2008

Sunshine

Diseñado especialmente para el Paseo Marítimo de Roses, en 1992. Su forma se inspira en las puestas de sol que se ven al otro lado de la bahía.

Fotografía de Roxi-Tao para el programa de la Fiesta Mayor de Roses de 2007

martes, 8 de enero de 2008

La belleza de la arquitectura

Los edificios que vamos a proyectar, los que aún no existen, son bellos de por sí. Sólo es preciso ir vaciándolos, en el proyecto, de toda la fealdad que los envuelve.

Ir desnudándolos de lo banal, de lo accesorio.

Dejarlos limpios, para que sus espacios puedan manifestarse; para que, escuchándoles, podamos conseguir que sean lo que queremos que sean: dignos, dignos de ser considerados como espacios.

Porque los edificios nonatos necesitan nuestra ayuda para que nazcan bellos y no se conviertan en ese amasijo de espacios cerrados, sin interés, sin belleza, tristes, … sin padres.

Debemos convertirlos en edificios y espacios en los que sus habitantes encuentren el sosiego y la paz que da la belleza.

Porque todo esta allí, en el papel.

Sólo hay que descubrirlo.

lunes, 7 de enero de 2008

Una arquitectura limpia


Tras ofrecer, en mi página anterior Arquitectura contaminada una imagen un tanto fatalista de nuestro entorno arquitectónico y como contrapunto, querría complementar ese escrito con un enfoque más optimista. El estado de ánimo al escribirlo correspondía al producido por la rabia de observar cómo nuestros pueblos y ciudades se degradan sin necesidad debido a la desidia de profesionales interesados en sí mismos. A la rabia de ver cómo estos pueblos y ciudades han ido perdiendo sus señas de identidad para dejar paso a imágenes llenas de tópicos y pretensiones.
.
Pero no todo el monte son zarzales. Hay una arquitectura válida, silenciosa. Basada en el trabajo razonado.
.
Plutarco decía “Para saber hablar es preciso saber escuchar” y Antonio Machado, por su parte, completaba “Para dialogar, preguntad primero; después... escuchad”. Y estos dos principios, que son esencialmente el mismo, son los que muchos arquitectos aplican al realizar sus obras. Pero el verbo escuchar no debe aplicarse a la bolsa de los denarios sino a las personas que habitarán o se moverán en esas obras. Al lugar, a su historia, a su clima, a su cultura.
.
Vemos, con demasiada frecuencia, edificios que bien podrían estar en cualquier otra parte del mundo, que son mero resultado de aplicar modas o mediocridades comerciales que proliferan en él. Un ejemplo: algunos clientes, movidos por fotografías espectaculares de espectaculares revistas, me piden ilusionados, sin saber lo que piden, grandes claraboyas en techos mediterráneos, que convertirían los interiores de sus casas en un infierno.
.
Hay una arquitectura limpia, sin disfraces, sin modas artificiales o interesadas. Las fotos que encabezan este escrito son una muestra. Son casas de Coderch proyectadas alrededor de 1960 pero que conservan toda su vigencia y que son un ejemplo de Arquitectura limpia.

domingo, 6 de enero de 2008

Arquitectura contaminada


Este escrito se refiere a la trascendencia que la arquitectura tiene en nuestro entorno pues vivimos rodeados y dentro de la arquitectura.

Alguien, arquitecto o no, cuyo nombre no recuerdo, escribió en cierta ocasión: "La arquitectura es como el aire. Sin darnos cuenta respiramos arquitectura a todas horas: en casa, en el trabajo, por la calle, en el teatro, en la iglesia, en todas partes. Si lamentamos el aire contaminado, ¿por qué no lamentarnos también de la arquitectura contaminada?"

Los edificios que nos rodean deberían haber sido creados no tan sólo para cumplir su misión sino para enriquecer nuestra cultura. Su banalidad o calidad harán de nuestras ciudades entornos culturales o banales.

Y en mi profesión son muy abundantes (demasiado) los que, desde el inicio, eligieron el camino de la rentabilidad económica (la de ellos). Han hecho de la arquitectura un medio para ganar dinero, aportando lo imprescindible para que sus edificios puedan construirse no importa lo vulgares que sean. Y así, están llenas nuestras ciudades y pueblos, de arquitectura (por llamarla de alguna manera) tremendamente vulgar y anodina. Y la gente normal va acostumbrándose a esta visión y considerándola como lo normal.

Antiguamente, los edificios eran realizados por maestros de obra (antes de la aparición de los arquitectos) y, posteriormente por arquitectos, que amaban su profesión y dedicaban su tiempo, en primer lugar, a la dignidad de sus obras. Actualmente, eso que llaman la sociedad de consumo ha empujado a los arquitectos, constructores y promotores al dinero fácil. Y las consecuencias son las que son. Y lo peor, sin darnos cuenta de ello porque, en primer lugar, la escuela no ha enseñado nada al respecto. La asignatura de Historia del Arte (o como ahora se llame) se paraba en el Barroco o el Neoclásico. Si aparecía el arte moderno era resumido y mal explicado, entre otras cosas porque los maestros tampoco tenían buena formación al respecto.
.
Aunque pueda no gustarle, una persona mínimamente culta conocerá la música de Mahler, Pau Casals y Duke Ellington, la poesía de García Lorca, Neruda y Machado.La pintura de Sorolla, Gauguin y Tàpies. Pero de arquitectura ¿qué conocen? ¿las catedrales góticas? Sin embargo, una parte del turismo tiene como meta los monumentos arquitectónicos. ¿Por qué este vacío, respecto lo actual? ¿Por qué esta falta de criterio para juzgar lo moderno? Tengo clientes cuyo máximo estético en coches es un Ferrari y, a cambio, te ponen como ejemplo a seguir en arquitectura las horteradas más espeluznantes.

Y, paralelamente, han ido apareciendo en nuestros paisajes edificios creados para la mayor gloria de las Administraciones. Cada ciudad que se precie ha de tener su monumento clasificado “¡Whuau!” (debe pronunciarse en voz alta y siguiendo las instrucciones de los signos de exclamación). Al más difícil todavía, al más alto o al más raro. Estas obras “geniales” cuyos autores, en general muy buenos arquitectos, son objeto del escrito de Coderch "No son genios lo que necesitamos ahora" (publicado en este blog) que, no olvidemos, redactó en 1960 y que parece premonitorio.

Conviven en nuestras ciudades la miseria cultural que nos rodea y la pretensión de asombro que nos distingue.
Una de las diferencias entre un mal poeta y un mal arquitecto es que sus producciones tienen trascendencias públicas diferentes. La poesía permanece escondida para deleite del lector que la disfruta, sea buena o mala. La mala arquitectura la sufrimos todos … y, en su fealdad, crea estilo.

Las nuevas urbanizaciones, principalmente las costeras, son un buen ejemplo de ello: balaustradas de hormigón, pobre imitación de las de los palacios del siglo pasado, aplacados de piedra que pretenden sugerir la imagen de los antiguos castillos, pequeñas torres que imitan los torreones de defensa ante los piratas, frecuentes en la costa catalana, que constructores y promotores avispados ofrecen, como representación del más puro “estilo catalán”, a ignorantes y cándidos compradores extranjeros.

Y si nos vamos a la montaña la situación no mejora: falsos “chalets suizos”, uso de la piedra como elemento de distinción, o de ignorancia estética histórica, ya que los antiguos constructores destinaban la piedra vista únicamente para los cobertizos de animales, las casas se revestían de revoco para protegerse de la lluvia y del viento. Aún es posible observar en algunos pueblos que las antiguas casas estaban revocadas y pintadas al tiempo que las nuevas tienen sus fachadas realizadas con piedra para que les confiera un aspecto más rústico, más “auténtico”.
.
Transcribo un escrito que leí y me gustó, aunque no recuerdo el autor, y que refleja mi sentir ante esas copias, baratas o caras, que inundan nuestros paisajes:
“¡Ya podéis construir copias de lo clásico y de lo antiguo!. El mármol rosado del palacio de los Dux , el oro viejo de las paredes de San Marcos y toda el agua y toda la piedra de Venecia son cosas que, una vez han sido vistas por el viajero, permanecen en él para siempre y entonces sí que se le esfuman todas las falsificaciones que intentan imitar lo inimitable.”
.
Un arquitecto en general, no nace ni se hace. Simplemente se dedica a ello. La formación le da la capacidad suficiente para realizar su trabajo. Pero lo que realmente importa es su dedicación. El que la arquitectura actual sea tan “de consumo” se debe a que la mayoría de arquitectos no se dedican.
Hay, además, un problema añadido: para que pueda construirse un edificio se precisa la firma de un arquitecto. En general, los promotores prefieren profesionales “que no molesten”, que les permitan los máximos beneficios al mínimo coste. Un profesional que entra en este juego de mercado ¿para qué va a ocuparse de la dignidad de su proyecto, de la calidad de los espacios, de la composición de las fachadas, si lo que busca es que sus proyectos le sean rentables, tener la mayor cantidad posible y realizarlos en el menor tiempo?
.
La pregunta de por qué este tipo de arquitectos son los triunfadores (económicamente) es muy fácil contestarla: Prescindiendo de las firmas más importantes de la pintura, la música y la literatura, ¿quién creen que es más popularmente famoso: un buen pintor, poeta, músico, o esos seudo artistas cuyas obras inundan el mercado de la canción del verano, libros de autoayuda o revistas del corazón y retratistas de famosos y la nobleza?
.
(Las casas de las fotos NO son proyectos del autor)

jueves, 3 de enero de 2008

Las cosas pequeñas ...

Me gustan las cosas pequeñas. Las que no tienen pretensiones (casi siempre movidas por la vanidad), las que sirven de desarrollo y también de base a las cosas grandes que, sin ellas, son pretendidamente importantes, pero vacías.

En mi profesión, el estudio de cada detalle, aunque aparentemente intrascendente e insignificante, es lo que da calidad al conjunto.
No quiero decir con todo ello que una obra digna es sólo una suma de pequeños detalles. Ha de haber una jerarquía en los objetivos y en las ideas. Ha de haber una idea globalizadora que sintetice la solución a los problemas más importantes y la consecución de las metas principales.
Pero, una vez conseguida esta síntesis, una vez elaborado el anteproyecto que definirá el edificio, debemos continuar desarrollándolo y estudiar todas las soluciones a los problemas menores y aportar el máximo de ideas para enriquecer los espacios del futuro edificio.

Y, en la vida real, odio las grandes palabras. Las de salvación del alma. Las de salvación de la patria. Las que, tras pronunciadas, son olvidadas por el salvador del alma, por el salvador de la patria, sin que tengan continuación en la mejora del día a día.

Decir “¡Te amo hasta el infinito!” (incluso dicho sinceramente) pero, tras esas palabras, el respeto y la atención de cada día son sustituídos por grandes objetivos, inevitablemente fracasados porque no cuentan con el otro sino que sirven, casi siempre, para magnificar el ego del que los fija.

Por eso amo las pequeñas cosas, porque son el camino, para conseguir o no pero son camino, el respeto y cariño de los que nos rodean.

"No son genios lo que necesitamos ahora"

Esta vez no son mías las palabras. Es la transcripción de un escrito del arquitecto José Antonio Coderch, cuya lectura, dos años después de su publicación, coincidió con mi primer curso de arquitectura. Considero a Coderch como mi verdadero maestro y tuve la inmensa suerte de trabajar durante cinco años en su despacho, en el que aprendí todo lo que sé de arquitectura. Sirva esta inclusión de sus palabras en mi blog como un homenaje a su persona, a sus obras, a sus ideas.

"Al escribir esto no es mi intención ni mi deseo sumarme a los que gustan de hablar y teorizar sobre Arquitectura. Pero después de veinte años de oficio, circunstancias imprevisibles me han obligado a concretar mis puntos de vista y a escribir modestamente lo que sigue:
Un viejo y famoso arquitecto americano, si no recuerdo mal, le decía a otro mucho más joven que le pedía consejo: "Abre bien los ojos, mira, es mucho más sencillo de lo que imaginas." También le decía: "Detrás de cada edificio que ves hay un hombre que no ves." Un hombre; no decía siquiera un arquitecto.

No, no creo que sean genios lo que necesitamos ahora. Creo que los genios son acontecimientos, no metas o fines. Tampoco creo que necesitemos pontífices de la Arquitectura, ni grandes doctrinarios, ni profetas, siempre dudosos. Algo de tradición viva está todavía a nuestro alcance, y muchas viejas doctrinas morales en relación con nosotros mismos y con nuestro oficio o profesión de arquitectos (y empleo estos términos en su mejor sentido tradicional). Necesitamos aprovechar lo poco que de tradición constructiva y, sobre todo, moral ha quedado en esta época en que las más hermosas palabras han perdido prácticamente su real y verdadera significación.
Necesitamos que miles y miles de arquitectos que andan por el mundo piensen menos en Arquitectura (en mayúscula), en dinero o en las ciudades del año 2000, y más en su oficio de arquitecto. Que trabajen con una cuerda atada al pie, para que no puedan ir demasiado lejos de la tierra en la que tienen raíces, y de los hombres que mejor conocen, siempre apoyándose en una base firme de dedicación, de buena voluntad y de honradez (honor).

Tengo el convencimiento de que cualquier arquitecto de nuestros días, medianamente dotado, preparado o formado, si puede entender esto también puede fácilmente realizar una obra verdaderamente viva. Esto es para mí lo más importante, mucho más que cualquier otra consideración o finalidad, sólo en apariencia de orden superior.
Creo que nacerá una auténtica y nueva tradición viva de obras que pueden ser diversas en muchos aspectos, pero que habrán sido llevadas a cabo con un profundo conocimiento de lo fundamental y con una gran conciencia, sin preocuparse del resultado final que, afortunadamente, en cada caso se nos escapa y no es un fin en sí, sino una consecuencia.
Creo que para conseguir estas cosas hay que desprenderse antes de muchas falsas ideas claras, de muchas palabras e ideas huecas y trabajar de uno en uno, con la buena voluntad que se traduce en acción propia y enseñanza, más que en doctrinarismo. Creo que la mejor enseñanza es el ejemplo; trabajar vigilando continuamente para no confundir la flaqueza humana, el derecho a equivocarse -capa que cubre tantas cosas-, con la voluntaria ligereza, la inmoralidad o el frío cálculo del trepador.

Imagino a la sociedad como una especie de pirámide, en cuya cúspide estuvieran los mejores y menos numerosos, y en la amplia base las masas. Hay una zona intermedia en la que existen gentes de toda condición que tienen conciencia de algunos valores de orden superior y están decididos a obrar en consecuencia. Estas gentes son aristócratas y de ellos depende todo. Ellos enriquecen la sociedad hacia la cúspide con obras y palabras, y hacia la base con el ejemplo, ya que las masas sólo se enriquecen por respeto o mimetismo. Esta aristocracia, hoy, prácticamente no existe, ahogada en su mayor parte por el materialismo y la filosofía del éxito. Solían decirme mis padres que un caballero, un aristócrata es la persona que no hace ciertas cosas, aun cuando la Ley, la Iglesia y la mayoría las aprueben o las permitan. Cada uno de nosotros, si tenemos conciencia de ello, debemos individualmente constituir una nueva aristocracia. Este es un problema urgente, tan apremiante que debe ser acometido en seguida. Debemos empezar pronto y después ir avanzando despacio sin desánimo. Lo principal es empezar a trabajar y entonces, sólo entonces, podremos hablar de ello.

Al dinero, al éxito, al exceso de propiedad o de ganancias, a la ligereza, la prisa, la falta de vida espiritual o de conciencia hay que enfrentar la dedicación, el oficio, la buena voluntad, el tiempo, el pan de cada día y, sobre todo, el amor, que es aceptación y entrega, no posesión y dominio. A esto hay que aferrarse.
Se considera que cultura o formación arquitectónica es ver, enseñar o conocer más o menos profundamente las realizaciones, los signos exteriores de riqueza espiritual de los grandes maestros. Se aplican a nuestro oficio los mismos procedimientos de clasificación que se emplean (signos exteriores de riqueza económica) en nuestra sociedad capitalista. Luego nos lamentamos de que ya no hay grandes arquitectos menores de sesenta años, de que la mayoría de los arquitectos son malos, de que las nuevas urbanizaciones resultan antihumanas casi sin excepción en todo el mundo, de que se destrozan nuestras viejas ciudades y se construyen casas y pueblos como decorados de cine a lo largo de nuestras hermosas costas mediterráneas.
Es por lo menos curioso que se hable y se publique tanto acerca de los signos exteriores de los grandes maestros (signos muy valiosos en verdad), y no se hable apenas de su valor moral. ¿No es extraño que se hable o escriba de sus flaquezas como cosas curiosas o equívocas y se oculte como tema prohibido o anecdótico su posición ante la vida y ante su trabajo?
¿No es curioso también que tengamos aquí, muy cerca, a Gaudí (yo mismo conozco a personas que han trabajado con él) y se hable tanto de su obra y tan poco de su posición moral y de su dedicación?
Es más curioso todavía el contraste entre lo mucho que se valora la obra de Gaudí, que no está a nuestro alcance, y el silencio o ignorancia de la moral o la posición ante el problema de Gaudí, que esto sí está al alcance de todos nosotros.
Con grandes maestros de nuestra época pasa prácticamente lo mismo. Se admiran sus obras, o , mejor dicho, las formas de sus obras y nada más, sin profundizar para buscar en ellas lo que tienen dentro, lo más valioso, que es precisamente lo que está a nuestro alcance. Claro está que esto supone aceptar nuestro propio techo o límite, y esto no se hace así porque casi todos los arquitectos quieren ganar mucho dinero o ser Le Corbusier; y esto el mismo año en que acaban sus estudios. Hay aquí un arquitecto, recién salido de la Escuela, que ha publicado ya una especie de manifiesto impreso en papel valioso después de haber diseñado una silla, si podemos llamarla así.

La verdadera cultura espiritual de nuestra profesión siempre ha sido patrimonio de unos pocos. La postura que permite el acceso a esta cultura es patrimonio de casi todos, y esto no lo aceptamos, como no aceptamos tampoco el comportamiento cultural, que debería ser obligatorio y estar en la conciencia de todos.
Antiguamente el arquitecto tenía firmes puntos de apoyo. Existían muchas cosas que no eran aceptadas por la mayoría como buenas o, en todo caso, como inevitables, y la organización de la sociedad, tanto en sus problemas sociales como económicos, religiosos, políticos, etc., evolucionaba lentamente. Existía, por otra parte, más dedicación, menos orgullo y una tradición viva en la que apoyarse. Con todos sus defectos, las clases elevadas tenían un concepto más claro de su misión, y rara vez se equivocaban en la elección de los arquitectos de valía; así, la cultura espiritual se propagaba naturalmente. Las pequeñas ciudades crecían como plantas, en formas diferentes, pero con lentitud y colmándose de vida colectiva. Rara vez existía ligereza, improvisación o irresponsabilidad. Se realizaban obras de todas clases que tenían un valor humano que se da hoy muy excepcionalmente. A veces, pero no con frecuencia, se planteaban problemas de crecimiento, pero afortunadamente sin esa sensación, que hoy no podemos evitar, de que la evolución de la sociedad es muy difícil de prever como no sea a muy corto plazo.
Hoy día las clases dirigentes han perdido el sentido de su misión, y tanto la aristocracia de la sangre como la del dinero, pasando sobre todo por la de la inteligencia, la de la política y la de la Iglesia o iglesias, salvo rarísimas y personales excepciones contribuyen decisivamente, por su inutilidad, espíritu de lucro, ambición de poder y falta de conciencia de sus responsabilidades al desconcierto arquitectónico actual.
Por otra parte, las condiciones sobre las cuales tenemos que basar nuestro trabajo varían continuamente. Existen problemas religiosos, morales, sociales, económicos, de enseñanza, de familia, de fuentes de energía, etcétera, que pueden modificar de forma imprevisible la faz y la estructura de nuestra sociedad (son posibles cambios brutales cuyo sentido se nos escapa) y que impiden hacer previsiones honradas a largo plazo.

Como he dicho ya en líneas anteriores, no tenemos la clara tradición viva que es imprescindible para la mayoría de nosotros. Las experiencias llevadas a cabo hasta ahora y que indudablemente en ciertos casos han representado una gran aportación, no son suficientes para que de ellas se desprenda el camino imprescindible que haya de seguir la gran mayoría de los arquitectos que ejerce su oficio en todo el mundo. A falta de esta clara tradición viva, y en el mejor de los casos, se busca la solución en formalismos, en la aplicación rigurosa del método o la rutina y en los tópicos de gloriosos y viejos maestros de la arquitectura actual, prescindiendo de su espíritu, de su circunstancia y, sobre todo, ocultando cuidadosamente con grandes y magníficas palabras nuestra gran irresponsabilidad (que a menudo sólo es falta de pensar), nuestra ambición y nuestra ligereza. Es ingenuo creer, como se cree, que el ideal y la práctica de nuestra profesión pueden condensarse en slogans como el del sol, la luz, el aire, el verde, lo social y tantos otros. Una base formalista y dogmática, sobre todo si es parcial, es mala en sí, salvo en muy raras y catastróficas ocasiones. De todo esto se deduce, a mi juicio, que en los caminos diversos que sigue cada arquitecto consciente tiene que haber algo común, algo que debe estar en todos nosotros. Y aquí vuelvo al principio de esto que he escrito, sin ánimo de dar lecciones a nadie, con una profunda y sincera convicción."

José Antonio Coderch, 1960

Este artículo lo escribió Coderch, dirigido a estudiantes de arquitectura cuya mayoría se imaginaban y deseaban ser genios y estrellas. Fue un intento de situarlos a ras de tierra, donde vive el hombre.

Confieso que los cinco años que pasé en su despacho representaron algo semejante a las vivencias en un monasterio, en este caso dedicado a la arquitectura. Todo lo que sé, poco o mucho, lo aprendí allí pues tuve la suerte añadida que no era un gran despacho, en el sentido de tamaño o número de colaboradores, ya que sólo éramos dos estudiantes trabajando allí, codo con codo con el maestro. Lo dicho, inenarrable.

Cuadernos de viaje (Caribe)

Hacia el año 1982, en Barcelona y sin muchos clientes (eran años de vacas flacas preolímpicas), entre los pocos que tenía había un francés afincado en Andorra y con proyectos en Roses y Empuriabrava. El esfuerzo de controlar obras desde Barcelona era muy superior al resultado. No podía hacer lo que siempre me ha gustado: pasear por las obras en sábado o domingo, cuando no hay nadie, por estudiar sin interferencias cómo podría mejorarse y cómo se hubiera podido mejorar (siempre aprendiendo). Las visitas de obra, entre semana, se convierten generalmente en turnos de preguntas y respuestas sin tranquilidad para examinar a fondo la obra. Y perdía miserablemente el tiempo si iba a Roses y el constructor no se presentaba, cosa que ocurría frecuentemente.
Y mi cliente francés se desesperaba por no poder atender debidamente a posibles compradores (en la zona de Roses, en pleno auge, siempre se vendía sobre plano) ni poder estudiar otras inversiones en esa zona que, en aquel tiempo, parecía Las Vegas.
Un día nos pusimos a llorar, él y yo, pensando lo felices que seríamos si montáramos un chiringuito en Roses. Y dicho y hecho. Yo soy muy animoso para estas cosas y además pensaba que a mi relación con mi pareja le iría de perlas montar una nueva vida a 150 km de su madre.
Proyecté una oficina con dos zonas: una, comercial, para que una persona dependiente de mi cliente francés perpetrara toda la gestión de ventas y otra dedicada a despacho de arquitectura. El acuerdo era de independencia total. Yo compensaba el disponer de un local libre de gastos con la supervisión sobre lo que en la otra parte se hacía: El francés me tenía confianza y desconfiaba de vendedores profesionales a comisión que, por conseguir la pequeña ganancia de la comisión de venta, eran capaces de prometer cualquier cosa a compradores incautos y luego todo eran problemas (ya tenía experiencia en ello).
El compromiso por su parte era poner un equipo de ventas que se ocupara de menesteres comerciales y el mío era el apoyo técnico al mismo (ver características urbanísticas de futuras inversiones, responder a dudas de materiales y acabados, vigilar que no vendieran la casa habitada en lugar de la que estaba en proyecto, etc.).
Pero como mi cliente era, así mismo, un vendedor nato me "vendió la moto" en lo referente al "equipo de ventas" que resultó ser un adorable anciano del Midi francés que sentía constantemente el ansia de explicarnos sus proezas comerciales, las cuales no nos interesaban, evidentemente, nada.
Pasaron tres meses de infausto recuerdo, aunque compartidos con mi pareja en época de máxima felicidad (la mía, creo). Decidimos, de mutuo acuerdo, separarnos del cliente francés y montar un despacho en Roses cuya calidad de vida, que no de arquitectura, era evidente. Éramos conscientes de que la demanda de trabajo digno era escasa pero como éramos casi los únicos en ofrecerlo, preveíamos que no nos faltaría trabajo. ...¡Y el entorno era maravilloso!.
El cliente francés se quedó muy compungido y con evidente sensación de culpabilidad. Como nuestra relación profesional continuaba nos ofreció, para compensar nuestros sacrificios del verano, un viaje en yate privado por el Caribe. Tenía un velero de 2 palos y 16 m de eslora, a medias con un socio y su mujer, que hacían de capitán pescador y cocinera, acondicionado para 6 personas en crucero de lujo (3 camarotes dobles, baños independientes, servicio de comida incluido). Mi cliente tenía reservado un mes al año, en febrero, para disfrutar de su otro foco de beneficios.
... Y allá fui con mi pareja.
Mi cliente, su mujer, mi pareja y yo llegamos en avión, vía Paris, a una pequeña isla con aeropuerto (St. Martin creo) donde nos esperaba el capitán-socio de mi anfitrión y su mujer con el barco en el que, pretendidamente, íbamos a pasar un mes de ensueño.
Recorrimos las pequeñas Antillas, grandes islas (Martinica y Guadalupe) y pequeñas islas. Era como en las postales.
El programa diario era, invariablemente, el mismo: Salíamos a vela (los vientos alisios nos acompañaban permanentemente: es un viento constante no como esta exageración de tramontana dominante en Roses). Travesía de dos o tres horas, fondeábamos en una isla, el descerebrado que escribe se iba nadando hasta la playa y hacía footing una hora en pleno mediodía del trópico. Era un placer sentir el calor del sol casi como un sólido en la piel. ¿Se comprende mi inadaptación al frío de Ucrania? (Ver “Cuadernos de viaje: Ucrania” colgado en este blog). Mientras, el capitán con su equipo de pesca submarina (sin bombonas) nos buscaba el sustento diario. Probamos todos los pescados imaginables preparados de mil maneras. Tras la siesta, cóctel de ron (el ron fue un descubrimiento: nada que ver con lo que importan a España) y puesta de sol (que en el trópico tiene una luz especial). Y hasta el día siguiente.
Hubo una historia emocionante: Nos habían informado que en un atolón había una ballena que no podía salir ... y allá fuimos. Fondeamos cerca de donde se veían los surtidores de agua de su respiración y en Zodiac llegamos aún más cerca. Nos pusimos aletas y gafas y nos encontramos con una de las sensaciones más intensas de mi vida: ver que, por debajo de tí, pasa un inmenso animal, a pocos metros. Era una ballena "rorcual" de unos 20 m de longitud (o al menos a mí me lo pareció). ¡Impresionante!. Antes de volver para Barcelona hicimos una escapada al mismo lugar y allí seguía todavía.
En muchas ocasiones, mientras nadábamos junto a la playa de diversas islas veíamos, recostados en el fondo, ¡tiburones!. No muy grandes … pero tiburones. Parece ser que son totalmente inofensivos. Que en aquel entorno jamás tienen el hambre necesaria para atacar al hombre, pero ...
Las Pequeñas Antillas se dividen, aparte de Martinica y Guadalupe, en pequeñas islas pobladas y muy verdes (con agua) y en desiertas (sin agua). Los habitantes son descendientes de los esclavos que huyeron del Sur de los USA o de los barcos negreros que venían de África. Entre todos se cargaron a todos los primitivos habitantes. Y, como consecuencia de su historia, consideran el trabajo como un recuerdo de la antigua esclavitud de sus antepasados. No hay agricultura (excepto caña de azúcar para fabricar ron), ni industria (excepto destilerías de ron con imagen y apariencia prehistórica), ni pesca (sólo pequeñas barcas de 1 ó 2 personas, sin nada que ver con la flota pesquera de nuestras costas. ¡Suerte para sus peces!), ni artesanía ni nada. Los mercados se componen de fruta y productos "made in Taiwan".
No hubo mucho más. Paisajes de postal pero sin vida. Un poco (muy, demasiado) turísticos. Y eso que no íbamos como un viaje organizado sino acompañados por el capitán del barco que conocía todo aquello al dedillo. Pero faltaba vida.
... Acabé añorando los pueblos del Mediterráneo, con siglos de civilización a cuestas.

Una lección de Teatro

Por su interés, traslado a este blog las palabras de Vittorio Gassman acerca del Teatro. Creo que las pronunció en un monólogo en Buenos Aires allá por el 1985. Las traslado de memoria; si algún documentalista encuentra algún error, lo primero, que me perdone y lo segundo, que me corrija.
"Para que exista Teatro son necesarias dos condiciones: Que un actor FINJA ser lo que no es y que, al menos dos espectadores, FINJAN creer a aquél que FINGE ser, pero no es.
Pero si el actor CREE ser lo que no es, sería un loco. Y no pertenecería al mundo del teatro sino al de la psiquiatría.
Si en cambio el actor FINGE que es pero sabe que no es, y los espectadores creen que realmente el actor ES quien finje ser, no estaríamos en el teatro sino en la escena política.
Y si todos en la sala y el escenario CREEN, amigos míos, tampoco estaríamos en el teatro, ¡Estaríamos en la iglesia!
Resumiendo ¿qué cosa es estrictamente necesaria al teatro?: Un actor y dos espectadores, nada mas.
He aquí el por qué de la antigua antipatía de la Iglesia por el actor; porque el oficiante teatral le roba el lugar al oficiante religioso. Está en contacto con el símbolo y realiza milagros.
Un histrión finge ser Polonio delante de dos espectadores, que han visto diez Polonios, que saben perfectamente cómo debe hacerse Polonio y, sin embargo, un nuevo Polonio puede nacer siempre distinto, siempre verdadero. Porque el resultado de esos tres absurdos conjugados paradojalmente, es un pequeño acto creativo. Y esto Dios no lo ama, no puede amarlo porque por un instante somos un poco como Él pero, y esto es importante, con una condición: que NO lo creamos."

Las fiestas populares y los animales

Creo que debe distinguirse entre la tradición viva y la tradición caduca. La tradición viva se sustenta en los usos y costumbres del pasado pero va adaptándose a los tiempos presentes, adoptando los avances que la sociedad va imponiendo como, por ejemplo, los derechos humanos y los derechos de los animales. La tradición caduca justifica por sí sóla determinadas costumbres por la única razón de que se han realizado siempre así. Y esto, por sí solo, no tiene suficiente valor ni justificación moral.
Si no fuéramos transformando la tradición, si ésta fuera algo inamovible, todavía tendríamos (o seríamos) esclavos, todavía se sacrificarían animales o doncellas (¿por qué las señoras siempre se llevan la peor parte en las tradiciones establecidas?) para aplacar las supuestas iras de dioses enfurecidos.
Muchos que protagonizan la persecución y tortura de pobres bichos en fiestas “tradicionales” populares serían incapaces de hacer lo mismo con un animal de su propiedad, al que quisieran, para que lo persiguiera un grupo de gente.


Y como creo que casi todo tiene que ver con la arquitectura hago referencia a los conceptos de "tradición viva" y "tradición caduca". Hay muchos que abominan de la arquitectura moderna buscando fealdades sólo porque creen que “cualquiera tiempo pasado fue mejor” sin haber tenido el espíritu suficientemente abierto para aprender y querer las nuevas formas. Están anclados en el pasado ignorando que esas maravillas que admiran no pueden tener repetición pues cada época tiene su forma de expresarse. Con esas preferencias por lo clásico y lo antiguo sólo consiguen pobres imitaciones.

Reconozco la inmensa dificultad del diseño moderno para conseguir la belleza, especialmente en las cosas sencillas, de las antiguas obras. Hay varias razones: La diferencia de autoexigencia por parte de artesanos y patronos, los tiempos de ejecución siempre acelerados, la facilidad que la industria actual ofrece para la copia de lo antiguo sin percatarse de la diferencia inmensa de los resultados”

Y en la página Arquitectura contaminada , de este blog, transcribí un escrito, de autor desconocido, que repito aquí y que explica mejor que yo mis propios sentimientos sobre las copias de lo antiguo:

"Ya podéis construir copias de lo clásico y de lo antiguo! El mármol rosado del Palacio de los Dux, el oro viejo de las paredes de San Marcos y toda el agua y toda la piedra de Venecia son cosas que una vez han sido vistas por el viajero permanecen en él para siempre, y entonces sí que se le esfuman todas las falsificaciones que intentan imitar lo inimitable".

Creo que la arquitectura debe basarse en la tradición constructiva y arquitectónica pero no como si esta tradición fuera un catálogo de formas antiguas con el fin de dar una imagen “rústica” o “señorial”, tan deseada por los que están anclados en el pasado (pero sólo en arquitectura, pues se compran o desean el último modelo de coche) y también tan querida por los turistas que visitan nuestros pueblos y a los que engañamos ofreciéndoles pobres imitaciones.

La única tradición válida es la “tradición viva”, aquella que va creando nuevos materiales y formas cuando es necesario, como han hecho todos los oficios y profesiones a lo largo de su historia, pero que se basa en lo aprendido que es considerado un tesoro que ha formado nuestro aprendizaje.